XIV Domingo del Tiempo Ordinario (B) – 4 de julio de 2021
San Pablo – Lyons, KS
Ezequiel 2:2-5; Salmo 122:1-4; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6
Como yo mencioné, y como la mayoría de ustedes saben, mi nombre es P. Michael Brungardt. Fui ordenado sacerdote hace tres años, a la edad de veinticinco años. Entonces, si estás haciendo los cálculos, tienes razón, soy muy joven. Crecí en Wichita. Viví en Wichita toda mi vida, excepto los años en que estuve en la universidad y el seminario. Pasé mis primeros tres años como sacerdote en Wichita, pero estoy muy emocionado de estar aquí en Lyons. Ya me siento muy bienvenido y acogido, como estoy en casa.
¿Qué clase de persona es un profeta?
¿Sabes quién no se sintió bienvenido o acogido? Ezequiel. El profeta Ezequiel. Nuestra primera lectura de hoy fue de Ezequiel.
Pues, rapidito. Cuando pensamos en los profetas, pensamos que su trabajo es ¿qué? Predecir el futuro, dar una “profecía.” Pensamos, por ejemplo, en el profeta Isaías, cuando dice: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel.” Los profetas predicen el futuro, ¿verdad? Bueno, sí y no, pero normalmente no.
El profeta tiene la tarea de ayudar a abrir los ojos de la gente a la visión divina de su vida, que, en la mayoría de los casos, es una visión diferente de lo que normalmente están convencidos de que es “correcta.” Y debido a que los profetas desafían los puntos de vista que la gente sostiene como “correctos”, puntos de vista que mantienen muy firmemente, por lo general no son las personas más populares de la ciudad.
Y, sin embargo, los profetas se sienten obligados a seguir hablando; no pueden callar (cf. Jer 20: 9). Cuando el Espíritu del Señor entra en ellos y los envía (cf. Ez. 2: 2), tienen una necesidad de hablar. Y entonces salen a la gente para proclamar el punto de vista divino, sabiendo que lo más probable es que no sean populares. Ezequiel no era popular, y él lo sentía. Pero un profeta rara vez es popular. El Señor le dijo a Ezequiel que la gente lo rechazaría, que no lo escucharían—y no estaba bromeando.
Nuestro llamado a ser profetas
Entonces, ¿por qué menciono todo esto? Bueno, porque, ¿estás listo? Todos y cada uno de nosotros en este lugar hoy hemos sido llamados, apartados, destinados por Dios a ser un profeta, a predicar el Evangelio. El día de nuestro bautismo, fuimos ungidos en la cabeza con el Sagrado Crisma, que nos distingue como personas que comparten la misión de Jesús como rey, sacerdote y profeta.
Y al igual que Ezequiel, al igual que Ezequiel, para la mayoría de nosotros una de las primeras cosas que hacemos es… poner excusas, poner pretextos. Señalamos que la gente no quiere escuchar. Le recordamos a Dios que simplemente vamos a ser rechazados. ¿Entonces cuál es el punto? Y ponemos más excusas, “Eh, estoy demasiado ocupado. Bueno, tengo hijos. No me siento cómodo compartiendo mi fe, solo quiero orar y venir a la iglesia.” El Evangelio no es un mensaje popular en estos días—así que, lo evitamos. Pero, el Evangelio nunca ha sido el más popular.
¿Demasiado familiarizado? ¿O no es lo suficientemente familiar?
Creo que el verdadero desafío proviene del hecho de que nosotros mismos no siempre estamos familiarizados con Cristo, y por eso es difícil proclamar ese mensaje. O mejor, tal vez estemos demasiado familiarizados con lo que pensamos que se supone que es Cristo, estamos demasiado familiarizados con lo que creemos que es el Evangelio—y por eso lo hemos perdido.
Piense en nuestra Evangelio de hoy. Jesús regresó a su casa en Nazaret y está enseñando en la sinagoga en el sábado. Y la gente de Nazaret que lo oyó se asombró, se asombró de lo que estaba oyendo. Y empezaron a hacer preguntas: “¿De dónde sacó todo esto? ¿De dónde viene esta sabiduría? ¿No es este el hijo de María? ¿No lo vimos crecer aquí? ¿Quién se cree que es? Y así, su asombro se convierte en ofensa, en choque, en escándalo. Después de todo, Jesús es solo un hombre común, ¿verdad? ¿Solo una otra persona de Nazaret? Y probablemente empiecen a decir cosas como: “¿Quién es este tipo que nos está enseñando, que está haciendo cosas tan extraordinarias? No, lo conocí cuando era un niño y no puede haber nada especial en él.”
Creo que aquí es donde nos encontramos a menudo. Al menos, sé que aquí es donde estaba. Pensé que el Evangelio y ser católico era simplemente ir a misa y hacer todas las “cosas católicas”, algo que tenía que hacer para evitar el infierno. En serio. Pensé que Jesús vino a enseñarnos las reglas nuevas y mejoradas que finalmente nos mantendrían fuera del infierno. Pensé que Jesús vino hace dos mil años, nos dejó algunas enseñanzas que teníamos que creer y seguir, y luego murió y resucitó para poder abrir las puertas del cielo. Y ahora está esperando en el cielo para juzgarnos por lo bien que lo hicimos. Pero, mis queridos hermanos y hermanas, ¡eso es una locura! Cuando pensamos que las “buenas nuevas” de Jesucristo son estas, cuando así es como experimentamos el “Evangelio,” cuando pensamos que este es el mensaje que tenemos que compartir—lo hemos perdido.
Cuando este es el caso, entonces es fácil ponernos en el lugar de la gente de Nazaret en el Evangelio de hoy y decir cosas como: “He escuchado todo esto antes y no tiene mucho sentido. Crecí como católico y nunca lo entendí. Todavía asisto a la Misa, pero solo porque tengo que hacerlo.” Jesús se convierte en ese chico con el que crecimos, y comenzamos a pensar: “No es tan especial.” Y entonces “predicar el evangelio” nos suena muy extraño.
¿Predicar o no predicar?
Pero, para predicar el Evangelio, para ser un profeta, comienza simplemente compartiendo lo que Dios ha hecho por ti con las personas a quienes Dios te ha enviado. Todos tenemos historias sobre las cosas que el Señor ha hecho por nosotros. Cada uno de nosotros puede compartir cómo el Señor ha restaurado nuestras vidas, nos ha sacado de las tinieblas y nos ha llevado a su luz.
Y eso da miedo, lo sé. No nos gusta revelar nuestro corazón, no nos gusta exponernos al ridículo y la vergüenza, no nos permitimos ser vulnerables frente a los demás. Tenemos miedo de abrirnos al ridículo, a mostrar signos de debilidad, de dependencia del Señor. Pero no tengas miedo.
Llamado, empoderado y enviado
Una de las cosas que más escucho es: “Guau, eres muy joven para ser sacerdote. Guau, ¿por qué eres un sacerdote? Guau, ¿por qué renunciarías a todo para hacer esto?” Pero mira: por cómo vivo el Evangelio en y a través de mi vida, me he abierto al ridículo. Pero al mismo tiempo, al abrirme al ridículo, también me he convertido en signo vivo del Evangelio. Simplemente por el testimonio de cómo vivo el Evangelio en y a través de mi vida—la gente es desarmada por un jovencito de 26, 27, 28 años que dejaría todo lo demás atrás. La gente me pregunta todo el tiempo: “¿Por qué te hiciste sacerdote?” Y en ese momento, tengo la oportunidad, no de dar un clase sobre las reglas católicas o de explicar por qué Jesús es importante—tengo la oportunidad de compartir simplemente lo que Dios ha hecho por mí y que ofrece esto a todos. Tengo la oportunidad de ser un profeta.
Todos y cada uno de nosotros tenemos este tipo de oportunidades, más de las que crees. El Señor ha llamado a todas y cada una de las personas aquí para ser Su profeta, para ser el discípulo que envía. Muchos de nosotros podríamos enumerar a personas que conocemos que solían asistir a misa, pero ya no. Muchos de nosotros podríamos enumerar a personas que crecieron como católicos, pero que se han apartado. Quizás todos de nosotros podamos comenzar animando a las personas que conocemos a que regresen a la Misa, que bauticen a sus hijos, que sus hijos reciban su primera comunión. Sí, no es fácil. Pero es una forma de imitar al Señor, de llevar a cabo la misión de Jesucristo. Él estara contigo. No tengas miedo.