Una Presencia Presente

Solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo

Santa Margarita María – Wichita, KS

Deuteronomio 8:2-3, 14b-16a; Salmo 147:12-15, 19-20; 1 Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58

Quiero enfocarnos en una sola cosa: la importancia de una presencia. Asi que, tengo tres historias, y un punto.

(1)

Cuando tomé la decisión de ingresar al seminario, lo hice por un sentido del deber; sabía que Dios me estaba llamando a ser sacerdote, sabía que “tenía que” hacerlo, y así me fui.

Pero lo que me detuvo fue una presencia. He compartido la historia muchas veces. Ella era inteligente, hermosa, santa, inteligente…¡y hermosa! Y no es que no quisiera ser sacerdote, es que quería mantener esta presencia frente a mí. Había decidido que esta es lo que mi corazón realmente necesitaba.

Entonces, cuando dejé esa presencia, era muy difícil.  Pero fue en esta experiencia que yo comencé a descubrir mi corazón. Estaba descubriendo mi necesidad de Otro, mi necesidad de la presencia de Alguien para satisfacerme, para satisfacer mi necesidad de felicidad. Estaba descubriendo que durante toda mi vida, había decidido lo que me haría feliz. Había decidido que ser feliz significaba casarme y tener una familia.

Pero comencé a descubrir y reconocer algo más profundo.

(2)

Recientemente tuve una conversación con una joven que había pasado por cosas horribles, experiencias verdaderamente horribles. Ella se sintió avergonzada, enojada, indefensa. Y durante la conversación me dijo: “Siento que Jesús no está presente, como si me dejó.”

Pero mientras hablábamos, no era que ella no sintiera la presencia de Jesús, sino que era la primera vez que descubría su necesidad por esta, la necesidad de experimentar Su presencia. Enfrentado a su sufrimiento, frente a estos eventos terribles, ella descubrió su necesidad de una presencia. Inicialmente ella estaba pidiendo una explicación, “¿Por qué Dios dejaría pasar esto? ¿Por qué Dios no me protegería? ¿Por qué me deja sufrir?”  Y estas son preguntas que todos hemos hecho en algún momento; ¡Queremos respuestas y explicaciones! Pero ella descubrió su necesidad no por explicaciones, sino, por una presencia.

(3)

Ahí es donde esta primera lectura es tan poderosa, y es mi tercer historia.  Moisés le dice a la gente:  “Recuerda el camino que el Señor te ha hecho recorrer estos cuarenta años, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer si ibas a guardar sus mandamientos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná” (Dt 8).

¡Durante cuarenta años la gente estaba probada por Dios! ¡Nos enojamos si nos hacen la prueba por dos días! ¿¿Cuarenta años?? Pero como dice Moisés, Dios los estaba dirigiendo: Dios siempre estuvo presente.

Pero la prueba consistía en ver si la gente buscaría su presencia, reconocer la necesidad de su presencia—o si iban a separarse, romper sus mandamientos. Dios nunca les dio suficiente comida y agua para su viaje en un momento, nunca les dio algo para que ya no lo necesitaran, no. Pero él les daba pan todos los días. Día tras día, durante cuarenta años, sin falta— Dios estuvo presente para su pueblo.

La tentación que la gente enfrentaba constantemente era la tentación de eliminar su necesidad de Dios. Esa es la historia de Israel: es la historia de un pueblo en constante necesidad de recordar su necesidad de la presencia de Dios, de descubrir su necesidad de la presencia constante de Dios en su vida.

(4)

Esta necesidad de la presencia constante de Dios con nosotros es de lo que se trata esta solemnidad hoy.

Pues, porque, para ser honesto: generalmente no queremos la presencia de Dios. Lo sé, suena extraño. “¡Por supuesto que queremos que Dios esté presente!” Pero, generalmente no es cierto. ¡Queremos que Dios nos ayude! ¡Queremos que Dios nos cuide! ¡Protégenos, protege a nuestras familias! Pero usualmente…usualmente queremos que Dios nos dé lo suficiente para que ya no lo necesitemos.

Oramos por un mejor trabajo y dinero (¡para cuidar a nuestras familias, por supuesto!)— pero realmente para que no tengamos que preocuparnos cada día si las cosas van a estar bien. Si tenemos suficiente dinero, podemos confiar en nuestro dinero. Ya no necesitamos a Dios.

Oramos por la buena salud para nosotros y nuestros hijos (¡maravilloso!)—pero realmente oramos por la buena salud porque no podemos lidiar con la impotencia de estar enfermos o la idea de morir. Si tenemos buena salud, entonces no necesitamos preocuparnos por Dios.

Oramos para que Dios nos salve de tentaciones (¡maravilloso!)— pero realmente le estamos pidiendo que nos haga una buena persona y entonces no necesitamos seguir pidiendo por su misericordia, no necesitamos seguir reconociendo nuestra debilidades y fracasos y pecados. Si soy una buena persona, entonces no necesito que Dios esté presente.

Para la mayoría de nosotros, realmente no queremos que Dios esté presente, solo queremos lo suficiente para poder hacerlo por nuestra cuenta. Queremos satisfacernos a nosotros mismos, con nuestros propios deseos, nuestros propios ideas de lo que es la felicidad.

(5)

Pero mira.

Tal como yo descubrí, lo que más deseaba era una presencia— alguien estar presente, estar siempre a mi lado. Y hasta el día de hoy, ese sigue siendo uno de los deseos más fuertes dentro de mí: la experiencia de despertar cada mañana con una presencia, vivir todos los días con esta presencia. La dificultad para aceptar esta vocación fue, y sigue siendo, mi deseo de experimentar una presencia constante y diaria de alguien que me ama y me prefiere a todos los demás. Pero, ¿no es esto lo que Cristo ofrece?

Tal como descubrió la joven, lo que necesitaba era una presencia. Tiene muchas preguntas. Quiere unas explicaciones. Pero en realidad, cuando comenzó a mirar a su experiencia, lo que realmente quiere es una presencia. Y, ¿qué ofrece Cristo?

Tal como descubrieron los israelitas, Dios no quiere dar algo para que ya no lo necesitemos, no. No, Dios trata constantemente de ayudarnos a descubrir la necesidad de su presencia.

Creemos que ciertas cosas van a cumplir nuestros deseos, a nuestro corazón, a nuestras necesidades más profundas. Creemos que las cosas—¡Cosas buenas! Un cónyuge e hijos! Un buen trabajo y dinero! Respuestas a nuestras preguntas! Un novio, zapatos, una camioneta, una quinceañera, una casa más grande— creemos que si Dios nos diera ciertas cosas estaríamos bien.

Pero a medida que descubrimos una y otra vez, estas cosas nunca hacen eso. Ellos nunca lo hacen. Pueden calmarnos, darnos algún tipo de “paz”, hacernos sentir bien por un día, un fin de semana, o algunos años. Pero…pero luego sucede algo, y descubrimos que estas cosas no nos dan lo que pensaban. Y si prestas atención, si prestas atención a tu experiencia, comienzas a darte cuenta de tu necesidad de una presencia.

(6)

Cuando salgo de St. Margaret María, hay muchos sentimientos (lo sé, incluso los Alemanes tienen sentimientos). Pero uno de ellos es este sentimiento de que quiero quedarme, que quiero permanecer presente.

Entiendo un poco más el misterio de Jesucristo: he dado (o, mas bien, he tratado de dar) todo, derramé todo lo que tengo, todo lo que tengo para esta parroquia, para ustedes…… y ahora quiero quedarme. Y sé que hice todo esto de manera imperfecta, lo sé. Soy muy consciente de mis defectos y de las formas en que no era un sacerdote perfecto, cómo no reconocí cuán sagradas son cada una de ustedes, cómo no siempre reconocí lo bendecido y honrado que debería ser al abrir sus vidas y sus corazones a mi. Lo sé.

Pero experimenté tanta misericordia aquí, un amor que derribó muros y me cambió. Y nunca podré compensar mis defectos, pero nunca dejaré de estar agradecido por lo que me han mostrado. Y ahora existe este deseo de permanecer, permanecer siempre, permanecer presente.

Y aunque yo no puedo permanecer presente, ¡esto es precisamente lo que Jesús puede hacer, y es la presencia de Jesús la que cada uno de nosotros realmente necesita! Jesús dio todo lo que es para nosotros, derramó todo.  Y eso es la Eucaristía:

Cristo presente, su acto de amor total presente para nosotros, siempre.

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